Vladimir Horowitz nació en la ciudad de Berdichev (Ucrania) en 1903. Comenzó a estudiar a los seis años con su madre. Su padre fue ingeniero electricista. A los 15 años de edad entra al conservatorio de Kiev con la finalidad de convertirse en compositor. Sin embargo hubo una gran personalidad del mundo de la música que le dio un muy acertado consejo: que se dedique de lleno al piano. La persona que dio esta importante sugerencia se dio cuenta de inmediato del enorme talento del joven Vladimir. Pero había que tomar muy en cuenta de quién venía este consejo: se trataba nada menos que de Alexander Scriabin, compositor del cual más adelante, con los años, Horowitz se convertiría en uno de sus más fieles intérpretes.
En el conservatorio estudia con Félix Blumenfeld el cual le da la verdadera formación básica. Luego de ello Horowitz nunca más tuvo maestros. Se gradúa en el conservatorio con los más altos honores luego de lo cual comienza su larga carrera como concertista. Comienza a presentarse en ciudades cercanas a Kiev y luego pasa a Moscú y Leningrado.
A este pianista ucraniano le tocó vivir en su adolescencia momentos tristes y amargos. Cuando tenía 13 años estalla la Revolución Bolchevique. Por pertenecer a una familia “burguesa” y judía su hogar fue saqueado. Vio como los “revolucionarios” tiraban su piano a la calle a través de la ventana. El mismo hizo referencia a estos problemas al manifestar que “soy un producto de la Revolución...soy un producto de la privación....” Por los años veinte del siglo pasado conoce al violinista Nathan Milstein del cual luego fue su gran amigo de toda la vida. Juntos dieron gran cantidad de conciertos por toda la nueva Unión Soviética. Sin embargo en 1925 logra emigrar a occidente, específicamente a Alemania, siendo en este país en donde da su 1° concierto fuera de su nación de origen.
Los primeros registros discográficos datan del año 1928, época que lo encuentra viviendo en París. A instancias del contratista artístico Arthur Judson se traslada a los Estados Unidos. Su debut se produjo el 12 de Enero de 1928 ejecutando el concierto N° 1 de Tchaikovski bajo la batuta de Sir Thomas Beecham. Según se cuenta, los dos primeros movimientos de dicho concierto fueron “manejados” por el director inglés de manera algo “abúlica” y Horowitz se dio cuenta que el público “se le escapaba de sus manos”. Por dicho motivo, al entrar al 3er. movimiento, (“allegro con fuocco”) decidió “caer con todos los honores” y arrancó con todo su potencial. Beecham y la orquesta apenas si lo podían seguir. Al final del concierto Horowitz comentó jocosamente “¡terminamos casi juntos!” Los comentarios especializados en los periódicos fueron muy elogiosos. Olin Downes destacó en el New York Times: “hace años que un pianista no ha desatado semejante furor en el público en esta ciudad”. En el año 1933 en ocasión de dar varios conciertos bajo la batuta de Arturo Toscanini es que conoce a su hija Wanda. En Diciembre de ese año contraen matrimonio en Milán. En ese entonces el régimen de vida de Horowitz era sumamente desgastante dado que vivía de concierto en concierto lo que lo llevó a serios problemas emocionales. Ello influyó para que se retirara del público durante varios años, hasta 1939.
En cierto modo Horowitz se sintió beneficiado con dicho retiro de los escenarios públicos. Al respecto manifestó en cierta ocasión: “...he llegado a interpretar ciertas obras con tal frecuencia que llegó un momento en que no he podido entenderlas (¿?), y los sonidos que salían del toque de mis dedos ya no llegaban a mis oídos. Creo que durante esas largas vacaciones he podido madurar como artista....en todo caso he estado conciente de haber descubierto las cosas de mejor manera. Ahora he tomado una ventaja que no la hubiera tenido si hubiera continuado trabajando sin descanso en la agotadora carrera que me veía obligaba a cumplir debido a los compromisos”. De todas maneras es necesario aclarar que Horowitz tomó varias veces períodos “sabáticos”, desconectándose de los conciertos.
¿Cómo era Horowitz desde el punto de vista pianístico?
Se podría adjetivar hasta con la expresión de fenomenal. Al sentarse frente al piano para un concierto el público se transformaba y pasaba por estados emocionales muy especiales. Muchos podrían observar que ocurría lo mismo en un concierto de Kempff, Backhaus y aún el mismo Rubinstein. Pero los cambios emocionales que producían los tres últimos apuntaban relativamente hacia una misma dirección y aún con las diferencias que existían entre Rubinstein con respecto a los otros dos alemanes. Esto se destaca debido a que el público se sumergía en un mundo de encanto, hasta de éxtasis emocional y aún religioso. Pero con Horowitz el asunto era diferente. En su caso los asistentes se sentían como sentados sobre un cable de alto voltaje y hasta producía en ellos la sensación y “atracción” de estar viendo una “película de suspenso” o “terror”, que tendría quizás la actuación de figuras tales como Bela Lugosi o Boris Karloff. Era una sensación de “susto”.
La ejecución de sus propios arreglos en obras como “The Stars and Stripes Forever” de John Philip Souza , las “Variaciones sobre un tema de Carmen” de Bizet o la “Marcha Nupcial” de Mendelson, han constituido verdaderos impactos a tal nivel, que el público prácticamente se enloquecía con él. Si bien Horowitz también mostraba aspectos interpretativos de verdadera profundidad, en general al público le interesaba ver más bien la “acrobacia” de su ejecución. En realidad estas obras, y muchas otras más no formaban la “parte central” de sus conciertos dado que eran reservadas únicamente para los “bises”. ¡Y el público estaba atento y a la espera de ello!
Es de hacer notar incluso que la posición de sus manos en el piano no era nada convencional. Las mismas estaban como achatadas sobre el teclado, con los dedos bastante estirados y sin la redondez que sugieren la mayoría de los pedagogos. La excepción era el dedo meñique el cual estaba siempre completamente flexionado o curvado. Sólo se estiraba cuando debía ser utilizado al tocar su correspondiente nota. Muchos se han preguntado en cómo era posible tocar de esa manera tan poco convencional. Pero Horowitz podía hacerlo y ejecutar cualquier cosa de esa forma. Hay que aclarar que este pianista, a diferencia de otros, “sólo” tocaba con las manos, con lo cual se quiere expresar que no existían movimientos adicionales de su cuerpo, apenas algunas en su rostro, pero nada más. El estado emocional de sus ejecuciones pasaba directamente desde su “interior” a los dedos, y ello era suficiente (bastante parecido a Benno Moiseiwitsch). Además de ello la preparación de Horowitz para el día del concierto es muy especial. En ese sentido tenía en muy alto valor el respeto que le debía al público ante el cual se presentaba. Ello se traslucía tanto en su higiene como también su apariencia personal en la sala de conciertos. No aprobaba en absoluto y en este aspecto, la informalidad de algunos de sus colegas. Por dicho motivo este pianista ucraniano – americano se presentaba con el clásico esmoquin (rigurosamente con pantalón gris a rallas) moñito, y camisa blanca.
Si bien en un principio Horowitz tuvo un gran repertorio (antes de salir de la Unión Soviética llegó a dar una seguidilla de 25 conciertos sin repetir dos veces una sola obra), con el paso del tiempo el mismo lo fue reduciendo, llegando a tener como “caballito de batalla” el Concierto N° 3 de Rachmaninov cuando lo hacía con orquesta. Pero también interpretaba las distintas obras de Mozart con gran calidad, elegancia y fineza. A partir de los años ochenta Horowitz tuvo algunos altibajos en sus conciertos, pero los mismos se debieron a problemas de salud por lo cual tuvo que actuar bajo los efectos de distintos medicamentos. En los últimos años de su vida se manifestó en él un gran sentido del humor, e incluso haciendo “blanco” contra su propia persona. Dio conciertos hasta prácticamente el fin de su vida. Vladimir Horowitz falleció en Nueva York el 5 de noviembre de 1989.
También podemos destacar, una serie de excentricidades que tenía a la hora de los conciertos, como por ejemplo:
Aceptaba dar conciertos solamente a las 4 de la tarde.
Los mismos podían ser solamente en determinadas salas (por ejemplo no aceptaba presentarse en Denver – Colorado por razones de altura geográfica).
No tocaba en Europa dado que los vuelos eran demasiado largos (aunque luego sí lo hizo al final de su vida).
La sala de conciertos elegida debía de estar completamente libre el día anterior así él podía ir a practicar en la misma a la hora que tuviera ganas.
Era altamente exigente en la ubicación del piano en determinado lugar del escenario, en donde a él le parecía que se producía la mejor acústica (por ejemplo en el Carnegie Hall de Nueva York ya había un lugar específico en donde había un tornillo fijo, llamado “tornillo Horowitz”. En ese punto exacto era en donde había que ubicar invariablemente al instrumento).
La sala debía tener una dimensión determinada, como mínimo para 1800 personas, las cuales pagaban sus respectivas entradas mediante sumas elevadas.
Los hoteles en los cuales se alojaba con su esposa Wanda y demás personal, debía tener condiciones parecidas a la de su propia residencia en Nueva York.
Las comidas que se le servían en los hoteles debían ser preparadas exactamente igual como se hacía en su propia casa.
El día de sus conciertos las ventanas de su dormitorio debían “tapiarse” con papel de aluminio para que no entrara la luz y también tener el teléfono desconectado para que no lo molestaran: descansaba hasta el mediodía.
En el año 1978 actuó en el Carnegie Hall por el quincuagésimo aniversario de su debut en los Estados Unidos, pero aceptó solamente dicho compromiso si tocaba el 3° Concierto para piano y orquesta de Rachmaninov y únicamente bajo la batuta del húngaro Eugenio (Jenö) Ormandy.
Polonesa de Chopin
Impromptum nº 3 de Schubbert
Concierto para piano y orquesta nº 3 de Rachmaninov